Pourquoi faudrait-il donner des droits aux rivières ?

¿Por qué debemos darle derechos a los ríos?

¿Y si un río pudiera decir "yo"? ¿Y si un río pudiera hablar en nombre propio, defender su cauce, sus afluentes, sus meandros, sus silencios? Esto es lo que propuso Camille de Toledo, escritor y fundador del Parlamento del Loira. Una experiencia filosófica y política única que desafía nuestra forma de pensar sobre la naturaleza.

Vivimos en un mundo paradójico. Las corporaciones, entidades abstractas, pueden demandar, firmar contratos y poseer propiedades. Tienen plena personalidad jurídica, basada en una mera ficción. Y, sin embargo, los seres vivos no humanos no tienen derechos. Los ríos, los bosques, las montañas y los lagos no pueden defenderse ni hacerse oír, ni siquiera cuando se ven amenazados o destruidos.

Otorgar derechos a un río no es irracional. Se trata de reconocer que ciertos seres vivos tienen valor en sí mismos, independientemente de su utilidad para los humanos. Se trata de consagrar en la ley lo que la ciencia confirma: los ecosistemas son inteligentes, regulan el clima, brindan servicios vitales y responden a los ataques. Un río seco, como dice Camille de Toledo, es un golpe de vida. Una forma de decir: Ya no puedo más. Ya no tengo los medios para hacer el trabajo de mi vida.

Esta idea no es nueva. Se inspira en cosmovisiones indígenas, como la de los maoríes de Nueva Zelanda, para quienes el río Whanganui es un ancestro, dotado de personalidad jurídica. Desde 2017, se le reconoce como entidad viva y sujeto de derecho. En Colombia, una laguna sagrada ha obtenido un reconocimiento similar. En Ecuador, la Constitución reconoce los derechos de la Madre Tierra. Y en España, la laguna del Mar Menor se convirtió recientemente en sujeto de derecho.

En Francia, el Parlamento del Loira ha abierto una brecha. Esta asamblea experimental ha permitido a artistas, científicos, abogados y ciudadanos reflexionar sobre cómo podría ser una representación de lo vivo. No se trata de una adición de alma, sino de un cambio radical: alejarse del modelo donde solo importan los humanos y sus intereses, para adentrarse en una lógica de bienes comunes.

Pero ¿quién hablaría por un río? ¿Quién sería su defensor, su portavoz? Este es uno de los principales desafíos de este enfoque. Este cambio del derecho ambiental a los derechos de la naturaleza altera nuestro marco mental. Cuestiona la forma en que codificamos la vida. Nuestros lenguajes, nuestras instituciones, nuestras narrativas se han construido sobre la separación entre los humanos y el resto de la vida. Pero esta separación se está resquebrajando. Ya no se sostiene ante la emergencia ecológica, el cambio climático y el colapso de la biodiversidad.

Otorgar derechos a los ríos no es poesía. Se trata de reconocer su labor, su papel en el equilibrio de la vida. Se trata de concederles, como a los trabajadores humanos, el derecho al descanso, a la regeneración, a la protección. Un río no debería ser bombeado hasta su extinción, ni canalizado hasta la asfixia. Debería poder existir para sí mismo y, por extensión, para todos nosotros.

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