Comment repenser la gouvernance de l’eau à l’heure de la sobriété ?

¿Cómo podemos repensar la gobernanza del agua en una era de sobriedad?

Durante mucho tiempo, el agua fluyó desapercibida. Abundante, gratuita, disponible. Un recurso que cayó del cielo, se hundió en la tierra y subió hasta la bomba. Pero esta evidencia se está desmoronando. Las sequías se acumulan, los conflictos por su uso se intensifican y la gobernanza del agua se está convirtiendo en un tema candente. ¿Quién decide cómo se usa el agua? ¿Para qué? ¿Para quién? ¿Y según qué cosmovisión?

Hoy en día, en Francia, la gestión del agua se basa en una estructura aparentemente racional: agencias del agua, comités de cuenca, planes maestros de desarrollo y gestión del agua. Herramientas técnicas, órganos consultivos, mapas, caudales, normas. Y, sin embargo, algo ya no funciona. Porque tras el mecanismo regulador se esconde un mundo imaginario, una forma de ver el agua como un flujo que debe gestionarse, optimizarse y distribuirse.

Pero el agua no es un simple fluido. Fluye a través de paisajes, cuerpos y comunidades. Conecta usos domésticos, agrícolas e industriales, así como bosques, ríos, humedales y aguas subterráneas. No conoce fronteras administrativas. Fluye libremente en un mundo que hemos congelado.

Una cuenca hidrográfica es un territorio hidrológico. Es el lugar donde el agua cae, se filtra, se infiltra y fluye. Es una unidad viva, donde podemos comprender las interacciones entre los suelos, la vegetación, las prácticas agrícolas, la infraestructura y los ciclos estacionales. Por lo tanto, repensar la gobernanza significa reconectar con la dinámica de la vida, trabajando a esta escala coherente.

Pero eso no es suficiente. También necesitamos cambiar a los actores que toman las decisiones. Hoy en día, los organismos oficiales suelen estar dominados por grandes instituciones, sindicatos agrícolas y representantes de intereses sectoriales. Las asociaciones ambientalistas, los científicos independientes y la ciudadanía tienen una voz minoritaria. Sin embargo, una gestión justa del agua requiere una representación equilibrada de los usos, pero también de los no usos. Humedales sin actividad humana, bosques, animales, acuíferos. Deberíamos, como sugieren algunos expertos legales, hablar en nombre del agua misma.

En este contexto, la sobriedad se convierte en una palabra clave. No se trata de la escasez forzada, sino de la elección de un uso más razonable, más equitativo y más respetuoso. Sobriedad en la agricultura intensiva, sobriedad en la industria, sobriedad energética —como ya vimos—, pero también sobriedad en nuestro día a día: en nuestros jardines, nuestros baños, nuestro consumo digital, nuestras actividades acuáticas de ocio.

Pero cuidado, la sobriedad no puede ser solo una preocupación individual. No debe convertirse en un término que induzca a la culpa entre los ciudadanos, mientras los grandes actores económicos siguen extrayendo, explotando y explotando. La sobriedad debe ser política, estructurante y colectiva. Debe formar parte de las decisiones públicas, las opciones de inversión y las estrategias de planificación regional.

Repensar la gobernanza del agua implica, por lo tanto, aceptar un cambio de paradigma. Pasar de la gestión tecnocrática a la regulación ecológica. De una lógica de control a una lógica de relaciones. De un sistema vertical a una construcción participativa, territorial y sensible. Esto implica devolver el poder a los residentes, las comunidades y los bienes comunes. Significa escuchar a los ríos, los suelos y las precipitaciones, tanto como a las hojas de cálculo de Excel.

Es un camino exigente. Pero quizá sea el único que nos permita garantizar para el agua no un futuro de gestión, sino un futuro de coexistencia.

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